Otra vez alguien sufre. Otra vez una familia se rompe. Otra vez nos enteramos cuando el dolor ya hizo ruido. Y otra vez estamos frente a una oportunidad: mirar lo que pasa, decir lo que duele, cambiar lo que lastima.
El bullying no es nuevo, ni exclusivo, ni ajeno. Está en las escuelas, en los clubes, en los pasillos, en las redes. Está cada vez que se excluye, se humilla, se empuja, se calla.
El bullying no tiene escala social, ni geográfica, ni institucional. Es un fenómeno transversal que puede aparecer en cualquier contexto: desde escuelas rurales hasta colegios privados, en familias con distintos niveles educativos o económicos, y en comunidades grandes o pequeñas.
Según especialistas como Laura Lewin y estudios citados por Infobae, el bullying no es una etapa ni una broma. Es una forma de violencia que se repite cuando no se escucha, cuando no se actúa, y cuando se normaliza en los espacios que deberían cuidar.
Los chicos no repiten lo que ven afuera. Repiten lo que aprenden adentro. En el tono con que se habla, en cómo se resuelven los desacuerdos, en lo que se permite y en lo que se calla. El hogar es el primer aula, y los adultos, los primeros modelos.
¿Y los padres de esos chicos? ¿Dónde están cuando sus hijos humillan, golpean, amenazan? ¿Qué modelo están transmitiendo en casa? Porque los chicos no nacen sabiendo agredir. Aprenden. Observan. Repiten. Y si nadie les enseña a respetar, a poner límites, a pedir ayuda, entonces el problema no es solo de ellos. Es de quienes deberían guiarlos.
En Balnearia, como en tantos lugares, el bullying vuelve, lamentablemente. El caso de Juan Diego y lo que contó hoy su mamá Laura, nos duele porque quiere decir que la sociedad no aprendió nada en estos últimos meses.
Y no porque los chicos sean crueles por naturaleza, sino porque muchas veces no saben otra forma de vincularse. Porque nadie les enseñó a poner en palabras lo que sienten, a pedir ayuda, a respetar lo distinto.
No se trata de culpas. Se trata de responsabilidad. De entender que el respeto no se aprende por una orden sino, por ejemplo. Que la empatía no se enseña con palabras bonitas, sino con gestos cotidianos. Y que el silencio adulto puede ser tan dañino como la agresión infantil. Stop bullying.